domingo, 23 de septiembre de 2012

DIARIO DEL GERENTE - CAPITULO 10



Capítulo X, Un plan casi perfecto


Una noche espectacular, una mañana aún mejor y un almuerzo delicioso había tenido antes de llegar a comprar el vestido a mi esposa. Obvio que no estaba en ninguna tienda, sino en el taller del diseñador que hacía los vestidos a toda la familia de ella para matrimonios, bautizos y cualquier otro tipo de evento. El vestido que yo estaba buscando era uno que le habían mandado hacer al diseñador, pero que finalmente no se le habían comprado. Este era largo, de una pieza y mezclaba un color azul profundo con toques de diferentes blancos. Recordaba haber escuchado a mi esposa decir que estaba hecho de diferentes y muy elegantes telas, pero para mí era sólo un vestido más. Mi mujer se lo había probado varias veces, pero nunca se animó a comprarlo porque no se atrevería a ocuparlo en ninguna fiesta por el pronunciado escote y la apertura de la espalda, que eran demasiado atrevidas para lo que comúnmente usaba. Yo pensaba que esta sería la ocasión perfecta para que lo vistiese, ya que no estaría expuesta  a nadie, pudiendo  sentirse sensual y bella que creo que era lo que sentía cada vez que venía a probárselo.  Por su parte, mi secretaria coordinó con la asistente de mi casa el retiro de las joyas, yo sabía que ella guardaría el secreto y sería cómplice, ya que a sus sesenta años me adoraba y regaloneaba con la comida como una madre que regalonea a un hijo.

Una vez comprado el vestido volví a la oficina a chequear con mi secretaria todos los detalles, estaba todo listo y en orden para seguir con la ejecución del plan. Llamé a mi esposa para saludarla y de pasada le conté que estaba cansado y que me quedaba trabajo, ya que tenía una reunión  a las afuera de la ciudad por lo que mi día estaba bien complicado. Ella me contó que estaba contenta acompañando a su madre a realizar algunos trámites y que no tenía compromiso para hoy, diciéndolo para que yo recogiese el guante y la invitara a salir, pero me hice el desentendido. Esto hizo que al despedirnos ella lo hiciera con una voz que dejaba escapar una pequeña decepción, lo que hacía que las expectativas no sólo no existieran sino todo lo contrario el no haberla invitado a salir haría que la sorpresa fuera aún mayor y mucho más gratificante.

Una vez arreglado todo salí rumbo al lugar donde partiría toda la acción, era un restorán de carretera muy conocido que en un comienzo fue de encuentro de camioneros que con el tiempo se había dado a conocer como un lugar de comida típica. Manejé cerca de cuarenta y cinco minutos revisando en mi mente una y otra vez todos los detalles, ya que me emocionaba de sobremanera la ejecución del plan. Cuando llegué al lugar, que se encontraba a media capacidad dada la hora,  me senté en una mesa, pedí una cerveza acompañada de snacks y saqué mi teléfono para llamar a mi esposa, quien sorprendida me atendió y me preguntó si estaba todo bien, ya que en esos días era raro que la llamara dos veces en tan poco rato. Yo le expliqué que no había nada grave y le conté la mentira del rechazo de la tarjeta de crédito que había preparado, ella me preguntó extrañada si no andaba con chequera u otras tarjetas y le dije que las había olvidado en el hotel. “¿Cómo tan desordenado?”,  me preguntó increpándome, señal que el plan estaba funcionando ya que obviamente aceptaría ayudarme pero no con muchas ganas.

Esperé cerca de una hora hasta que llegó al restorán y cuando llegó se bajó con las llaves, el teléfono y la tarjeta de crédito para pagar la cuenta. Se sentó y me comentó que fue muy incomodo el viaje y que el sólo pensar que debía manejar de vuelta la agotaba. Yo le dije que no manejara y ella me miro con una cara de “¿y a este que bicho le picó?”, pero antes que dijera algo le tomé la mano y le pedí que me acompañara. Cruzamos un pasillo y llegamos a una puerta que estaba alejada de los comedores y ella no paraba de preguntar “¿a done me llevas?” un tanto incomoda por la incertidumbre. Cuando abrí la puerta y entramos a un cuarto bien aseado, hecho para descanso del administrador del restorán, lo primero que se veía era el vestido que se estiraba a lo largo de un sillón. Ella me miró con cara de sorpresa e inmediatamente fue  a verificar si el vestido era el que tanto le gustaba.

Una vez que se cercioró que era el que había querido comprarse,  lo acomodo en su pecho y preguntó que qué estaba pasando, yo la miré a los ojos y le dije si estaba dispuesta a vivir una aventura divertida. Recién en eso momento ella notó que yo usaba un traje diferente, que era muy elegante para el lugar y miró el vestido y dijo sonriendo; “estoy dispuesta, pero con una condición”  y antes que yo dijera algo ella dijo “me prometes que te quedas con esa ropa y no te pones ningún pantalón de mariachi”, lo cual sacó risas de ambos. Me pasó su teléfono, tarjeta y llaves, de los cuales los dos primeros guardé en mi chaqueta y las llaves se las entregué al encargado del lugar con quien había acordado mandaría a alguien a llevar el auto al edificio donde sería la cena romántica.

Esperé cerca de treinta minutos antes de ver a mi mujer salir del pasillo y acercarse a la mesa donde yo estaba sentado. El vestido hacía resaltar su delicada figura dándole un toque de elegancia y distinción máxima, quedé sorprendido y con muy pocas palabras que decir, pero sí entendí porque le gustaba probarse tanto ese  vestido. “¿Cómo me veo?”, me preguntó sabiendo que la respuesta no podía ser otra distinta a que se veía hermosa, lo que ella agradeció con una sonrisa.

Cuando me preguntó dónde iríamos y en cuál de los dos autos,  le dije que no se adelantara y que me acompañara afuera, lo cual la hizo poner una cara de pregunta que en poco rato se transformó en cara de sorpresa al ver que nos subíamos a un helicóptero para abandonar el lugar. Una vez en el aire ella me tomó la mano y la apretó muy fuerte por el nervio que le producía este vuelo. A los pocos segundos se comenzaron a ver las luces de la ciudad a lo lejos  marcándose las avenidas como líneas que la segmentaban y  en no más de diez minutos estábamos volando por encima de los edificios y calles de la ciudad, lo que era una vista bastante hermosa la que nos mantenía mirando todo el rato por las ventanas.

Cuando nos acercamos al edificio que nos esperaba, ella apretó aún más fuerte la mano, quizás porque la sensación de descenso a esa altura sobre un espacio pequeño era aún más más vertiginosa. Una vez que aterrizamos, un mozo la ayudó a bajar y nos guió hasta donde sería servida la cena. El lugar estaba muy bien decorado, había arreglos florales por todos lados y alfombras que cubrían la loza sin terminación del edificio. Apenas llegamos al lugar la cantante y los músicos comenzaron el repertorio con una versión femenina de “What a wonderful world” de Louis Amstrong.

El mozo  invitó a sentarnos, lo cual hicimos y  sirvió una copa de  Moët & Chandon Brut Impérial Magnum, mientras ella me decía que cómo se me había ocurrido preparar tal nivel de locura. Mientras yo le explicaba, la intérprete comenzaba a cantar una versión de Unforgetable de Nat King Kole, ante lo cual paré la conversación y la invité a bailar. Una vez abrazados girando ante la suave voz de la cantante y una pequeña briza que cruzaba el lugar, nos miramos sin decirnos nada por unos treinta segundos y después ella apoyó su cara sobre mi pecho y seguimos bailando hasta que el mozo nos avisó que la cena estaba lista.

La langosta estaba servida en un plato de muchos colores y bien adornado, lo que hacía que no fuese sólo un placer para el paladar sino que también para la vista. Mientras comimos ella habló del día que había tenido con su mamá, mientras a lo lejos se escuchaban canciones como “Moon River” de Louis Armstrong, “At Last” de Etta James y “Lover Man” de Charlie Parker, entre otras.

En la cena, el filete de avestruz estuvo delicioso preparado con una salsa agridulce que incluía nueces y pasas. La ensalada verde era muy llamativa, ya que era una colección de todo tipo de hojas las que habían sido aliñadas con diferentes especias, limón y aceite de oliva. Mientras cenábamos, algunas de los títulos que la cantante interpretó fueron “When I Fall In Love”  de Miles Davis, “Drume Negrita”  de Arturo Sandoval y “You Don't Know What Love Is”  de Sonny Rollins. Los temas que conversamos fueron triviales, pero me preocupaba de sacarle sonrisas durante todo el rato, algunas de las cuales se convertían en carcajadas.

Antes de que trajeran el postre ella me miró y me dijo, “déjame adivinar, ¿suspiro limeño?”, con una sonrisa asentí con la cabeza y ella me tomó la mano y  dijo que le encantaba cuando yo recordaba sus gustos. La conversación y las risas siguieron por un buen rato, creo que en total debimos haber estado en el lugar unas tres horas cuando comenzó hacer un frío que nos recordó que era hora de partir. Antes de retirarnos  ella me dijo que había sido todo maravilloso, pero esperaba que no creyera que esto significaba que estaba lista para perdonarme, pero que si creía que iba ser capaz y que ahora sólo había que dejar que el tiempo fuese haciendo su trabajo. Dado el frío cubrí su espalda con mi chaqueta y bajamos por el ascensor conversando y tomados de la mano. Una vez en su auto que estaba con las llaves puestas ella me miró como para darme un beso al cual accedí, ya que aprendí desde chico que a una mujer no se le debe dejar esperando por un  beso y yo por sobretodo soy un caballero. Fue un beso tierno, húmedo que no invitaba a ningún lugar sino sólo transmitía un sentimiento fuerte de amor que esa noche recordamos que aún era abundante en nuestros corazones. Una vez en el auto me miró, sonrió y me hizo un gesto con los ojos de despedida.

Cuando llegué a mi auto, con una sensación de completa satisfacción dado que todo había salido como estaba planeado dejé mi chaqueta en el asiento trasero del auto y antes de tomar rumbo al hotel me decidí llamarla para decirle lo mucho que la amaba. Mientras  llamaba empezó a sonar un ruido de un teléfono en el asiento trasero, lo cual me llamó mucho la atención. Cuando tomé mi chaqueta, que era de donde provenía el sonido recordé que ahí había guardado el teléfono de mi esposa y este sonaba por la llamada que yo estaba haciendo, lo cual me hizo sonreír. Cuando tomé su teléfono me llamó la atención que tenía diecisiete mensajes de texto sin leer, lo que me produjo un poco de curiosidad y me dispuse a leerlos.

No había terminado de leer el primer mensaje cuando mis manos comenzaron a tiritar y un profundo dolor comenzó a producirse en mis zona abdominal, una sensación de vértigo se estaba apoderando de mi y el dolor comenzaba a  cruzar todo mi pecho, me empecé a sentir mareado y atontado sin entender que pasaba o más bien mi mente no había querido procesar lo que había leído, pero si lo había hecho mi cuerpo. No entré en razón hasta cuando me di cuenta que mis ojos se llenaban de lágrimas y los tiritones en mis manos eran incontrolables, mi vista volvió a fijarse sobre la pantalla del teléfono de mi esposa y volví a leer el mensaje, pero esta vez tratando de retener lo que leía. El dolor llegó a mi garganta segundos después que había vuelto a leer que el mensaje que había abierto decía “mujer te amo y seguiré luchando por ti, pese a los intentos de volver de tu marido, la última noche que pasamos haciendo el amor fue maravillosa”. Cuando terminé de leer el mensaje, esta vez en forma consciente, el dolor que se había apoderado de mi garganta se había transformado en vómito y el tiritón de mis manos no permitió sostener el teléfono dejándolo caer sobre el asiento, mientras mi ojos que en un principio se habían llenado de lágrimas ahora por ellos escurría en grandes cantidades. Mi llanto era silencioso, dado que el dolor que presionaba mi pecho no me dejaba respirar, por lo que salí del auto tiritando y tuve que gritar con una fuerza tremenda para poder liberar espacio y poder recuperar el aliento, lo cual logré y justo después de volver a inspirar aire lo expulsé con un llanto fuerte.

No sé cuánto tiempo me quedé en el lugar, pero apenas los tiritones disminuyeron decidí subirme al auto y volver al hotel. Una vez en él, de seguro con una cara espantosa, me encontré con el barman que me detuvo y  puso una mano en mi hombro y  dijo “todo pasa por algo”, ante lo cual dije gracias y seguí mi camino a la habitación como un zombi sin haber procesado en absoluto sus dichos. Una vez dentro, me recosté con ropa, me tapé con el cubre camas y evitando pensar me quedé dormido con un fuerte dolor en el pecho que no pretendía desaparecer.

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