domingo, 9 de septiembre de 2012

DIARIO DEL GERENTE - CAPITULO 7 "A LA PUNTA DEL CERRO"


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Capítulo VII, A la punta del cerro.

El Lunes desperté en el hotel después de un fin de semana bastante complicado, la muerte del viejito el viernes, el velorio del sábado y el funeral del domingo envolvían una serie de pensamientos respecto de su paso por mi vida, además los recuerdos de su hermosa nieta, verla en un estado de debilidad hizo que apareciera una conexión emocional un tanto extraña que trataba de olvidar.

Como era feriado me levanté con ganas de hacer algo diferente, después de revisar varias alternativas decidí hacer lo que muchos me han querido decir pero pocos se han atrevido, me iría a la punta del cerro, pero a esquiar. Así que me levanté y preparé una pequeña maleta por si  me daban ganas de pasar la noche en el centro invernal.

Me subí al auto, al que ya habían reparado la ventana destruida por los guardias de la fiestecita esa y salí rumbo a las pistas de esquí. Noté que la ansiedad era mucho menor a la de hace quince años, cuando llegaba antes que abrieran las pistas. Ahora pasaría a almorzar y de seguro llegaría al restorán antes de que abrieran la cocina, como dijo un amigo.

Eran casi las tres de la tarde cuando me subí a los esquís e hice la separación más dolorosa que me ha tocado, dejé mi teléfono y me fui a esquiar. La brisa era helada y se acercaban nubes de mal tiempo por lo que aproveché lo que más pude. Luego de  una hora paré un rato, no sólo por el cansancio también porque había sido mucho rato sin interactuar con mi teléfono. Tomé un trago, comí unos snacks y volví a esquiar hasta las seis y media de la tarde. Me dio frío y mucho cansancio por lo que decidí pasar la noche en el hotel del centro invernal.

Después de instalarme en la habitación y darme un grato baño, me vestí con ropa casual pero elegante y me dirigí a los comedores.  Recorrer los pasillos bien temperados del hotel y al mismo tiempo mirar por las ventanas como caía fuertemente la nieve me daba una placentera sensación. Pensaba qué sería mejor; unirme a la mesa de alguien o comer solo en una mesa, “lo veré allá” me dije.

Al llegar al comedor, por la entrada hecha sólo para los huéspedes del hotel, lo primero que me percaté era que había un par de mesas con mujeres solas que me miraban como invitándome a acompañarlas, “me traiciona mi inconsciente” pensé. Para detener mi instinto de ir a sentarme con alguna de ellas seguí viendo a todas las personas que estaban sentadas también a las que llegaban por la entrada de las personas que no alojaban en el hotel y sólo venían a comer. Mi sorpresa fue máxima cuando me di cuenta que la hermosa mujer que llegaba junto a un hombre de unos cuarenta años era mi esposa. En un primer momento quedé aturdido y sin aire, como si me hubiesen pegado un combo en el estomago y así fui viendo el trayecto que hacían hasta llegar a una mesa que, al parecer,  tenían reservada. Me sentí pésimo, sentí que era muy injusto todo, mi esposa me engañaba mientras yo hacía un esfuerzo máximo por portarme bien. Eso me llenó de rabia la que me hizo recuperar el aliento, pero sin saber qué hacer. Mientras canalizaba mis emociones, pensando en qué tan injusto era en realidad después de mis muchas infidelidades, miraba como el patán que la acompañaba se hacía el galán moviéndole la silla para que se sentara y ella agradecía con una sonrisa bien coqueta. Me empecé a descomponer mientras mi cabeza debatía qué era lo mejor, caerme a trompadas sobre el imbécil petulante del acompañante, hacer una escena de celos y armar un escándalo, volver a mi habitación y hacer como que no vi nada, pasar a saludarlos, etc. Mientras mi cabeza analizaba cual de todas las alternativas era la mejor me percaté que yo conocía al idiota fanfarrón, no recordaba de donde pero no hace mucho lo había visto en algún lugar, por lo que me enfoqué en pensar donde mierda había visto al hijo de puta ese. Luego de  divagar unos minutos y observar su rostro recordé donde lo había visto,  en la fiesta del jueves, él era uno de los hombres que corría a poto pelado por los salones de la casa donde se había efectuado la fiesta, lo cual me produjo una gran alegría ya que la información que tenía de él me daba poder y  control sobre la situación.

Decidido me acerqué a un mozo con el que conversé unas palabras y me fui directo a la mesa donde al llegar saludé como si nada. Mi esposa estaba completamente colorada como la cara de un niño que es descubierto haciendo una maldad, en cambio él puso una cara de canchero que luego borraría y la cambiaría por cara de sorpresa. Me senté sin que me invitaran y antes que mi esposa me presentara al hombre con cara de arrogante le hablé directamente “¿te conozco?, creo que te vi en un seminario de gente importante el jueves en la noche”, palabras que hicieron que el hombre se atorara y pusiera cara de preocupación, la cual pasó a cara de espanto cuando se acercó el mozo, con quien  había conversado segundos antes, y le entregó un papel que yo había escrito que decía “Mira hijo de puta, ahora te paras y te vas dando una excusa, tienes un problema y debes salir urgente o yo me pongo a hablar de tus corridas a poto pelado”.  El hombre con cara de terror  dijo torpemente unas palabras y salió  del lugar ante el asombro de mi esposa, quien  me trató de explicar la situación, le dije “no tienes nada que explicar mientras estemos solteros”.

Cuando ordenábamos la comida me percaté que el tipo había olvidado una carpeta sobre la mesa, estaba abierta y al observarla me di cuenta que eran los papeles del divorcio donde en la primera hoja estaba  escrito a mano y en forma atravesada “Anular tramitación de divorcio”, por lo que entendí que el hombre era su abogado. Al ver que observaba los papeles me dijo que no creyera que esto significaba que volveríamos, sólo había detenido la tramitación del divorcio para poder aclarar ciertos asuntos y tomar decisiones. Yo le dije que no habláramos de eso, que hacía tiempo no conversábamos y que esta era una oportunidad para ponernos al día, ella accedió pero mirando mi teléfono, por lo que a buen entendedor pocas palabras, lo tomé y con el dolor de mi alma lo apagué.

Así el destino de la noche estaba trazado, conversaríamos de lo que nos había ocurrido en los últimos días a cada uno, yo le contaría del funeral del viejito eso sí omitiendo la parte de la nieta y ella me contaría de sus cosas. Al final de la comida, pagaría la cuenta como buen caballero que soy, le pediría un transporte para que volviera a la ciudad y me iría a dormir solo otra noche más.


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